Buscando una idea, a veces prefiero caminar hasta mi casa, aun con poco tiempo, para encontrarla; sería preferible sentarse delante de la hoja, pero por contradictorio que suene, a veces se dibuja mejor lejos de ella, sin ese miedo filosóficamente existencialista, sin el vértigo académico, sin el palabrerio estructurante, dogmático, enciclopédico. Sí. A veces se dibuja mejor lejos de esas cosas. No significa que no lo tenga, que de esta manera quede carente de ese significado “académico”, solo que como nos enseñan “significa” algo mas, y para muchos es más importante.
Busco una curva como la rima de dos palabras, como un estribillo; busco una línea que combine con esa idea que tengo, o viceversa. Pongo raya sobre raya, y consigo, de vez en cuando, una línea. Pienso con las líneas muy pocas veces: ése es un concepto que desarrollaron muchísimo las generaciones de quienes aprendí esto: los autómatas, los maestros (del tipo italiano), los investigadores incansables que dibujan como animales cantidades y cantidades, sin pensar, y todo siempre tan perfecto. Sin embargo los lleva adelante un inconformismo muy raro, una búsqueda un tanto azarosa, un talante de producción muchas veces más importante que el dibujo mismo que están realizando. De pronto, apartan esas hojas “descalificadas” y hacen con una puntería inequívoca el dibujo “final”. Están ahí, son eso. Son dibujantes en todo el momento del proceso: se van de sus casas, compran doce mandarinas en la verdulería y son dibujantes; le hacen el amor a una taza de café con la cuchara y son dibujantes; abren una aspirina y no dejan de dibujar. Son ese talante, ese procedimiento constante que, de tanto en tanto, en algún medio “calificado” hacen su dibujo final.
Voy caminando y me olvido lo que iba pensando. Me quedan unas cuadras y aun no resuelvo como dibujar esa idea. Trato de no recurrir a esas muletillas efectistas, objetos y constantes que ya generalmente uso en mis dibujos; no quiero darles otra vuelta y volver a caer en ellos.
Me siento en la hoja y arranco de vuelta, soy una persona sentada delante de una hoja. Voy a la heladera y pienso si soy un dibujante que va a la heladera. Voy a la hoja y pienso si soy una persona que viene de la heladera y va a una hoja. La heladera inevitablemente ya está dibujada, así que recién ahí agarro el lápiz y la ubico en algún lugar de la hoja; soy en ese momento una persona que dibuja una heladera, ya está. Ahora soy una persona sentada delante de una hoja con una heladera dibujada: lejos estoy de ser un dibujante sentado delante de una mesa, con una hoja, con unas líneas a lápiz, que parecen una heladera.
Tanto dar vueltas me da hambre. De la heladera no traje nada más que la imagen de la heladera. Me olvide en el camino hacia ella, qué iba a buscar, pero ella de sorpresa me devolvió algo mas importante. Entonces, ahora, la heladera tiene sentido. Soy un dibujante con más sentido, dibujando una heladera. No soy yo, no es la hoja. Es la excusa, es esta vez una heladera. Vamos por la hoja de paso, somos sus pasajeros como lo somos de la gente que nos rodea, vemos pasar docenas de escenas por nuestras vidas, algunas mas importantes, otras no dejan de ser una cuchara en una taza de café. Nos prestamos de atención a algún objeto que nos llama, y es ese interés, esa aceptación, y sobre todo esa relación de análisis, lo que nos hace. La hoja y esos objetos son una escusa para destapar algo que ya estaba.
Entonces, pienso, soy un dibujante que entre otras cosas, también dibuja.
bien Leito, me gustó mucho, sos un escritor, y cuando escribís también dibujas
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